Precalienta el horno a 250º

Mézcla las harinas y desmenuza la levadura con la punta de los dedos sobre ellas.

Añade la sal y el agua y mézcla.

Amasa manualmente o con amasadora.

Aunque la masa resulta muy blanda, no añadas harina, verás como después de la fórmula mágica de amasados cortos (6-8 minutos) y reposos de 10 minutos conseguirás que aplicándola 3-4 veces la masa estará mucho más manejable y lo mejor es que tendrás un pan mucho más esponjoso y rico.

Una vez que la masa esté bien trabajada, enharina o embadurna de aceite un cuenco, vuelca la masa, cúbrela con un paño de lino o film transparente y déjala reposar una hora o dos, depende de la temperatura que haya en tu cocina. No te preocupes en exceso del tiempo, comprueba que la masa ha doblado su tamaño, pon una alarma que te recuerde que tienes la masa en reposo y sigue con tu rutina diaria.

Una vez reposado, divide la masa en 8 porciones de aproximadamente 100 gr. de forma ovalada y colócalos en una asadera de horno dejando espacio entre ellos para que puedan levar sin tocarse. Espolvorea harina y cubre con un paño, deja fermentar 45 minutos al abrigo de las corrientes de aire hasta que hayan doblado su tamaño.

Con una cuchilla de afeitar o una tijera de cocina, practica un corte longitudinal en el centro.

Hornea diez minutos, baja la temperatura a 200 y hornea 10-15 minutos más o hasta que los veas dorados.

Enfría sobre una rejilla metálica.